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martes, 1 de mayo de 2018

Cuentos del escritor LEONARDO SURIEL - Rep. Dominicana


DESPEDIDA SIN DESPEDIDA

 

Ramón tenía un restaurant en Washington Heights, hogar de los dominicanos en la ciudad de Nueva York.  Una tarde de agosto de los años 80 salió al parqueo a realizar una negociación.  En ese momento una llamada telefónica desde República Dominicana notificaba que su padre había muerto de un infarto al miocardio.  La esposa de Ramón fue al parqueo, llegando en el instante que una balacera cegó la vida de su esposo.

 
Leonardo Suriel
3 de noviembre del 2015
 

LA DESPEDIDA

 

Un toque a la puerta sacó a Josefina y Mariano de la siesta vespertina.  Era el detective Ramírez de la policía de Miami. 

-¿Qué se le ofrece?-preguntó Don Mariano. 

Seguidamente el detective le mostró fotografías de un carro Mercedes Benz blanco.

- ¿Lo reconoce?

-Sí. Es de mi hijo.

-¿Saben ustedes si él ha prestado el vehículo o alguna otra cosa?

- No. El Salió esta mañana en él. 

-Bien, lo que tengo que decirles es que la persona que estaba en el vehículo está muerta.

-¡No, mi hijo no!- exclamó Josefina.  Mariano guardaba silencio a pesar de la conmoción.

-El cadáver está en la morgue del Hospital Central, si quieren reconocerlo.

Josefina y Mariano se apersonaron a la morgue para identificar el cadáver.  Por las condiciones en que quedó los peritos no recomendaron que lo vieran. Josefina insistió en verlo, y lo vio. 

-Sí, es mi hijo.

Después de los trámites burocráticos los padres se llevaron el cadáver a la República Dominicana para darle cristiana sepultura.

Y el 21 de enero, día de Nuestra Señora de la Altagracia, patrona del pueblo dominicano, a las cuatro de la tarde depositaron el féretro en su última morada.  Mariano tomó un puñado de tierra y lo lanzó al sarcófago, cayendo de bruces en la fosa.

 
Leonardo Suriel

 EL LANUDITO

 

La danza había comenzado en las alturas.  Buitres negros y auras conformaban la bandada.  El lanudito, pequeño can blanquecino,  hacían cinco días que no se le veía pulular por los callejones y portales de la vecindad.  En la medida que bajaban, los círculos concéntricos se estrechaban en espiral invertida.  El objetivo estaba en la maleza del callejón citadino.  Después del festín, la silueta del lanudito se dibujó en el firmamento.

 

 
Leonardo Suriel
25 de marzo del 2015